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Un otoño literario en Valderrobles: con dos acentos

Fin de semana estupendo en Valderrobles que siempre recordaré por los buenos momentos disfrutados y compartidos, especialmente con Paco Robles y Olga Martínez, mis editores de Candaya. Escribo en septiembre de 2024, esos días otoñales y literarios fueron en octubre de 2012, y Paco se nos fue en enero de 2023. El tiempo nos envuelve, envejecer hiere, pero las muertes que aún no debían llegar duelen como el primer día. Echo en falta a Paco, su mirada, su sonrisa, su palabra amiga. 

Juan López-Carrillo y Paco Robles
Paco Robles, Olga Martínez, Sergio Galarza y Sonia Espina
Cartel información de Un otoño literario en Valderrobles: Con dos acentos
Juan López-Carrillo, Octavio Serret y Sergio Galarza
Juan López-Carrillo, Sergio Galarza y Paco Robles
Jorge Larrosa y Juan López-Carrillo

(Texto y fotografía que formarán parte de un futurísimo libro de fotografías con textos relacionados)

 

FOTOGRAFÍA ANTICLICHÉ

 

  Esta imagen debería aparecer en revistas como Nature, Science o, al menos, en Muy Interesante. ¿Por qué...? Porque en ella se demuestra de forma objetiva, fehaciente y palmaria que los hombres, o sea, los varones, sí que podemos hacer dos cosas a la vez. Me encontraba yo en el otoño de 2012 en el pueblo turolense de Valderrobles para participar en una jornada literaria (firma de libros, lectura de poemas y tertulia literaria) organizada por Octavio Serret —Librería Serret—, junto con el novelista Sergio Galarza y acompañados por Olga y Paco de Editorial Candaya; y la foto corresponde a la víspera de esa jornada, un almuerzo donde a mi lado se ve a Jorge Larrosa y a quien sirvo, con precisión absoluta digna del mejor barman (y es que quien tuvo, retuvo), un vaso de buen vino. Al mismo tiempo, con mirada aguileña controlo el movimiento de dos platos portadores de sabrosas viandas: el de jamón ibérico y el de queso manchego, no fuera ser que por descuido fatal desaparecieran de mi radar (porque hay que ver, en cuanto le das oportunidad, lo que traga la tropa lírica) y los poemas que al día siguiente tenía que recitar perdieran fuerza expresiva por falta del sustento necesario, por no decir el desastre que supondría no poder sostener la pluma en la firma de libros por manifiesta debilidad de mi persona. En resumen, mi cerebro testosterónico, para asombro de la comunidad científica, consiguió ejecutar con éxito dos tareas diferentes: Primero, servir, sin mirar, el vino hasta el borde del vaso y que ninguna gota se derramara y, segundo, que alguno de los comensales, como por ensalmo, se quedará sin jamón y sin queso manchego.

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